El público que ahora va al estadio, tomado en su conjunto, no era antes público de nada. Era "pueblo"y no se le permitía asistir a espectáculos urbanos que no entendía. Ese "pueblo" se había complacido siempre en presenciar juegos corporales allá en su aldea o en su barrio, el juego de pelota, los bolos, etc. No es, pues, nuevo que ese público se interese en los juegos físicos: nunca gustó de otros. Lo nuevo es que ahora tiene dinero e invade la urbe e impone sus gustos hiperarcaicos.
Los españoles son mucho más pobres en deseos que en riqueza. Debilidad en la secreción psíquica interna del deseo trae consigo mengua de vitalidad e ineptitud para la cultura y la civilización. La barbarie en este país es siempre el triunfo del beduino, del hombre que tiene pocas necesidades.
Yo sospecho que, merced a causas desconocidas, la morada íntima de los españoles fue tomada tiempo hace por el odio, que permanece allí astillado, moviendo guerra al mundo. Ahora bien, el odio es un afecto que conduce a la aniquilación de los valores. De esta suerte se ha convertido para el español el universo en una cosa rígida, seca, sórdida y desierta. [1]
Los españoles ofrecen a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente. Hay en derredor de ellos, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de los valores.
La actitud ética propia del español parte de preferir lo interno. Es sorprendente que siendo meridional, sea tan reconcentrado. No es sensual ni ostenta el desnudo. Sus fiestas son de escasa apariencia.Son frenéticos, fanáticos en su intimidad.
Todas las menguas y defectos de la vida española serán incorregibles mientras se complazcan en confundir el diestro con el inepto, al noble con el ruin.
Las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España sólo un pálido reflejo. En cambio las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna.
En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cortesía, y coetáneamente hemos llegado en España al imperio indiviso de la descortesía. Nuestra raza valetudinaria se siente halagada cuando alguien la invita a adoptar una postura plebeya. El plebeyismo, triunfante en todo el mundo, tiraniza en España. [2]
En España casi todas las gentes parecen atormentadas por la sospecha de que alguien va a venir y les va a arrebatar su ser, este menudo pensamiento, esta pequeña fortuna, este puestecillo en la jerarquía política o académica. Y toda su vida se convierte en una táctica defensiva contra los demás, compuesta de odio, de acritud, de maledicencia, de intriga, de fraude.
Es la española una raza que se ha negado a realizar en si misma aquella serie de transformaciones sociales, morales e intelectuales que llamamos Edad Moderna.
"Platero y yo", libro maravilloso, a la par sencillo y exquisito, humilde y estelar, que debía servir de premio infantil en todas las escuelas de España, si el estado no fuese tan basto, tan ruin. [3]
El individualismo español es uno de tantos pensamientos ineptos como andan por ahí, formando una mitología peninsular. Todavía vivimos las formas de la Edad Media y de ellas la más profunda es la carencia de personalidad individual. La vida transcurre en variedades típicas, no individuales. Vive el comerciante, el catedrático, el diputado, el militar; pero es rarísimo el hombre que impone en nuestra sociedad su individual destino, que vive a su manera. La angostura de nuestro ambiente no permite rebasar los moldes de la vida gremial y normalizada. Y la raza pervive mansamente su vida típica, gremial, donde el barbero se diferencia del obispo, pero no un hombre de otro.
Quiero despedirme de esta España nuestra tan agria, tan paralítica, tan inerte.
La vida española tan ingrata, áspera, elemental y bárbara.
En España es tradicional, inveterado multisecular el odio al ejercicio intelectual. Pero en otra edad el odio era respetuoso, es decir medroso: se odiaba el intelecto, pero se creía en él, en su poder vital, se le temía, era una realidad que urgía aniquilar, consumir, reducir a cenizas, la Inquisición.
Pasan los siglos: aquel odio combustible ha conseguido de una parte hacer obsoleta la acción pensante; de otra, entumecer en el español la capacidad de ser influido por las ideas. Ya no es temible el intelecto. El odio puede quedar reducido al eco del odio que es el desprecio. La España de 1916. Sépanlo los investigadores del año 2000, la palabra mas desprestigiada de cuantas suenan en la península es la palabra "intelectual".
La España de los últimos siglos es, por lo visto, acremente hostil para la vida del espíritu. España no se transforma, España se repite, repite lo de ayer hoy, lo de hoy mañana. Vivir aquí es volver a hacer lo mismo. no cambia, no varía; nada nuevo comienza, nada viejo caduca por completo.
Nuestra inteligencia étnica ha sido siempre una función atrofiada que no ha tenido normal desarrollo. Lo poco que ha habido de temperamento subersivo se redujo, se reduce, a reflejo del de otros países.
Exactamente lo mismo acontece con nuestra inteligencia, la poca que hay es reflejo de otras culturas.
[1] Meditaciones del Quijote. Ortega y Gasset, op. cit, p. 748. Obras Completas. Tomo I.- 1902/1915, Madrid, Taurus (Santillana Ediciones Generales, S.L.) y Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, 2004, pp. 747-825. [Edició Fundación José Ortega y Gasset]
[2] "Confesiones de 'El Espectador'." 1917. Ortega y Gasset, El Espectador. Vol. 2. 1917. (El Arquero). Madrid: Revista de Occidente, 1960. 9-29.* (Democracia morbosa. Deseo. Padre e hijo. Para la cultura del amor).
[3] Nuestra señora del harnero, Ortega y Gasset , op. cit. p.25. 1997. Ensayos escogidos, Ed. Taurus (Santillana Ediciones Generales S.L.)